miércoles, 29 de septiembre de 2021

Los dulces secretos de mi Abuelo


 

Cuando vamos de visita, la curiosidad me lleva al cuarto de mis Abuelos. Como siempre ando tras las huellas de la magia y del misterio, Abuelo sale a mi encuentro para contarme sus aventuras.

Su cuarto es una caja de sorpresas. Está lleno con las cosas que él trajo de sus largos viajes: desde una lupa que sirve para mirarle el ombligo a las libélulas, hasta una armónica que, en vez de melodías, le saca carcajadas al viento.

Con tantos adornos la habitación parece una quincalla. Huele a colonia y a libros. Es una mezcla rara que a mí me gusta. Aunque la ventana siempre está abierta, el olor flota entre las paredes y se apodera de los rincones.

Beso a mis Abuelos y les digo que mis Padres están afuera. Abuela termina de alisar los pliegues de las almohadas, y Abuelo, como siempre, abre una gaveta. Revisa y revisa, mientras yo me impaciento, pero después me premia con una deliciosa golosina.

 A mí me fascina el dulce, y a él también, tanto como le gusta hablar de sus aventuras. Entre ricos bombones o tabletas de chocolate, me pide que las guarde en secreto para que nada les quite su encanto. En el calor de su habitación o entre el aroma de las flores del corredor, usa una voz misteriosa para comenzar.

 Abuelo dice que la memoria le está fallando y que, por eso, necesita su viejo sombrero de copa. Lo toma de un estante y mete la mano en él. En vez de conejos tiernos y pañuelos anudados, saca como por encanto sus coloridos recuerdos.

Su primer amor fue una ninfa que conoció cuando pescaba en el mar. Le atrajeron las ondas de sus cabellos dorados y la sonrisa de perlas finas. Se enamoraron a primera vista y, como no hablaban el mismo idioma, se juraron amor eterno entre señas y susurros.

Ella quiso huir con él. Las ninfas no deben abandonar su hogar de aguas profundas. Cuando el Rey Neptuno se enteró, de inmediato, la castigó. Ahora está encerrada en la caracola rosada que descansa sobre la mesa de noche. Abuelo dice que, si la pego a mi oreja y pongo suficiente atención, además del rumor de las olas, puedo oírla cantar.   

Cuando Abuela lo supo, después de escuchar detrás de la puerta, apareció con las cejas juntas y las manos en las caderas. Creo que se disgustó o le dio un ataque de celos, porque sólo le oímos decir:

 —Manuel Felipe…, Manuel Felipe… —, mientras movía la cabeza como diciendo que no. Abuelo la miró a los ojos y le regaló una de sus amplias sonrisas.

En uno de sus fantásticos viajes conoció al Gran Houdini, un escapista famoso al que todos querían ver. Encerrado en grandes baúles o atado en camisas de fuerza, usaba su magia para escapar de nudos y candados. 

Después de una fila infinita, Abuelo compró el boleto y entró, muy feliz, al teatro. El salón estaba tan lleno que ni la brisa podía pasar. Cuando Houdini apareció en escena, el murmullo se derramó. Y cuando comenzó el acto, todos hicieron silencio.

 Mientras el escapista era atado de la cabeza a los pies, al público se le escapaba el aliento. Colgado como un murciélago y dentro de un tanque de agua, pudo salir victorioso en menos de diez suspiros. Los “¡Bravo!” y los aplausos fueron tan inmensos, que todos pudieron sentir cómo temblaba el recinto.

Houdini pidió que otro hiciera lo mismo. Abuelo, que era atrevido y le gustaban los retos, corrió hacia el escenario, mientras se le ocurría una idea. Comenzó a tomar aire, a tomar aire y a tomar más aire. Los pulmones se les volvieron tan anchos como los de un elefante. Nadie se dio cuenta.

Después de que fue amarrado, se sintió como una salchicha a punto de reventar. Sólo le dieron treinta segundos. Abuelo expulsó el aire y, una vez desinflado, se deslizó fácilmente entre mecates y aplausos.

Salió bien de la prueba. El escapista, satisfecho, lo invitó a su camerino. Allí, como dos grandes amigos, conversaron largamente, en tanto disfrutaban de un exquisito té de La India. Al despedirse, Houdini le regaló los mecates que usó en la actuación. Ahora cuelga, de estos, una colorida hamaca de colores.

A mi Abuela Claudia la conoció cuando él daba un concierto de piano en casa de los Colmenares. Era tan hermosa y delicada, que creyó que era un ángel. Cuando ella lo escuchó, sonrió y lo sacó de su error:

—Yo no vengo del cielo, señor. Vivo en un pueblo cercano.

El Abuelo toca varios instrumentos musicales. Por eso, puede convertirse en un hombre orquesta, como cuando cantaba serenatas a la Abuela bajo el titilar de las estrellas. En esas ocasiones, los familiares pedían sus canciones favoritas. Al final, todos terminaban contentos y el Abuelo muy cansado; también, muy contento.  

En un rincón del cuarto él tiene un cofre antiguo. Allí se encuentran guardados mapas de piratas y botellas con mensajes. La llave está extraviada. Me prometió que, cuando ésta aparezca, nos iremos a una isla para desenterrar los tesoros que aún no han sido descubiertos.

El otro día hizo un mapa para mí. Con él debía encontrar mi regalo de cumpleaños: un lindo jardín de mariposas. Sin esperar un instante, comencé a buscarlo. En cada sitio marcado me esperaba un caramelo, una chupeta, un bombón. Al final, con dulces en los bolsillos y las manos manchadas de tierra, lo encontré medio oculto entre unas matas de lirios.

Encerrado en un cilindro está mi jardín con cientos de mariposas. Es un caleidoscopio que, al darle vueltas, muestra alas de múltiples colores. Abuelo dice que se lo compró a un sultán que, en vez de mirar por las ventanas del tren, se entretenía con él.

A mi Abuelo no le fue fácil convencerlo. Sin embargo, al final, el sultán se lo vendió. Mientras yo me divertía jugando con mi regalo, él aprovechaba para pellizcar mis golosinas.

A los dos nos gustan los dulces, ya lo dije. Los chocolates son nuestros preferidos. A veces, mientras los devoro, él sólo toma un pedacito. Creo que le gusta conservar su figura. En una oportunidad, que los comió demasiado, engordó como un balón.

¿Cuándo? En su último viaje, cuando atravesó el Océano Pacífico. El cielo oscureció y se desató una fuerte tormenta. Las olas crecían, mientras el barco se bamboleaba. El mástil parecía a punto de desplomarse y los marineros no encontraban qué hacer. Abuelo y el Capitán, temiendo lo peor, decidieron unir sus esfuerzos.

Los pasajeros fueron guiados a las balsas que, una vez llenas, se alejaron lentamente. Después de que la tripulación quedó acomodada y a salvo en la última balsa, notaron que había espacio para una persona más.

Abuelo miró a lo lejos y le pareció ver una isla. No se equivocó. Se lanzó al agua y le dio la oportunidad al Capitán. No podía permitir que el buen hombre se hundiera en el mar. Joven y soltero, a mi Abuelo no lo esperaba ni siquiera una mascota; al Capitán lo esperaban su esposa y ocho hijos que mantener.

Una vez en las aguas, usó sus fuerzas para llegar a la playa. Nadó y nadó muchas horas, sin descansar. Y cuando llegó la noche y las energías se le acabaron, flotó como una boya perdida en medio de la nada. Al amanecer, muerto de hambre y de sed, vio una tortuga gigante. Haciendo un último esfuerzo, subió a ella y se durmió.

Cuando despertó, se encontró sobre la arena más blanca que hubiera visto. El agua del mar era clara y no había nadie alrededor. Estaba, según supo después, en una de las Islas Fiji, que quedan, según creo, al otro lado del mundo.

Tres días más tarde, cansado de comer pescado crudo y tomar agua de coco, obervó que unas cajas flotaban sobre las olas. Fue por ellas y las acomodó sobre la arena. Tal vez, tienen alimentos, pensó  

No pudo haber sido mejor. Estaban repletas de lo que más le gustaba: chocolates de todos los tipos y de distintas partes del mundo. Los guardó debajo de unas palmeras para que los rayos del sol no los derritieran. Esperaba permanecer, en la isla, el tiempo suficiente para acabar con todos.

Comía, comía y comía, cada vez que le provocaba. El olor del chocolate era tan delicioso, que las aves comenzaron a acercarse. Abuelo les lanzaba trocitos y ellas, muy contentas, se los llevaban en el pico.

El chocolate le dio tanta energía que pudo construir un castillo de bambú. Él asegura que existe todavía, y que desde sus terrazas la luna se ve más cerca y las estrellas brillan más. Por las ventanas se cuela la brisa fresca y el suave rumor de las olas. Allí dejó una colección de corales que algún día iremos a buscar.

Cuando se convenció de que nadie lo rescataría, quiso construir una balsa para regresar. No hubo necesidad. Mientras trabajaba en la playa, algo llamó su atención: el extraño canto de unos hombres que paseaban sobre canoas. Abuelo gritó y les hizo señas. Ellos lo vieron y no dudaron en acercarse.

Eran los nativos de una isla próxima, vestidos con faldas estampadas de fascinantes colores. Su lenguaje era extraño, pero abuelo pudo entender que podía ir con ellos. Le dejaron en puerto seguro y, ya en casa, habló mucho tiempo sobre su naufragio, hasta que se casó con Abuela y se dedicó a educar a sus hijos.

Mi abuelo no es de sangre corriente, menos de sangre azul. Dice que de tanto comer chocolates, por sus venas corre un río meloso y marrón. A veces, cuando lo veo dormido, quiero pincharlo con un alfiler. Tal vez brote, de su piel, una fuente de chocolate. Si lo hago, puedo revelar uno de sus secretos, y yo prometí no hacerlo sobre el libro de los juramentos.

Anoche, no sé por qué, dejó de hablar y se asomó a la ventana. Miraba el cielo, mientras yo me divertía con las castañuelas, esas que cantan solas para que no se acerquen las tristezas. Cuando me cansé, le pregunté:

—Abuelo, ¿por qué cuentas estrellas?

—No cuento estrellas… Sólo cuento recuerdos —contestó.

Se alejó de la ventana, tomó de nuevo su sombrero de copa y, como en un acto de magia, sacó dos deliciosos bombones. Nos los comimos en silencio, sonriendo con picardía, para compartir, otra vez, el dulce secreto de una nueva aventura.

 

Olga Cortez Barbera

 

 Pinterest: Imagen gratis


lunes, 27 de septiembre de 2021

Gajito de viento


Pulga Saltona

 

La pulga saltona

va de sombrero

a buscar su novio

allá en el sendero.

 

Se viste de lino

zapatos de cuero

bufanda amarilla

collar de lucero

medias de seda

paraguas de enero.

 

La pulga saltona

está enamorada

del pulgón marino

que viaja en velero

capitán de mares

con parche pirata

pata de palo

garfio de lata

loro en el hombro

sonrisa mulata.

 

Golondrina

 

La golondrina

invoca la lluvia

desde el tejado

de mi casa

alegre danza

cuando desde el cielo

siete colores

la abrazan.

 

Señora Rana

 

Señora rana

por qué abandonas

la charca deprisa

sin consultar la hora.

¿Estás en problemas

o acaso ignoras

que es medianoche

que la luna vela?

¿Eres sonámbula

sueñas despierta

o buscas compañía

en la noche desierta?

 

Veleta

 

¿Y el gallo dónde está?

Aún no ha cantado

espera que lo despierte

el viento alado

y lo haga bailar

de norte a sur

en el tejado.

 

Caracola

 

¿Quién canta

en mi caracola?

Son las sirenas

que juegan

a las escondidas

entre las olas.

 

La Tierra

 

Navegante del espacio

crucero del infinito

a tu paso vas dejando

las huellas y tu destino.

 

Sobre tu lomo, ciudades,

los mares y los caminos.

ríos surcan tus valles

y en ellas los seres vivos.

 

El hombre anida en tu piel

visten de amor los niños

corretean animales

en tu cabellera de rizos.

 

El mar con canto gitano

augura al viento marino

la llegada de la tarde

y el regreso del olvido.

 

Nana a Camila

 

Duerme, duerme

dulce niña mía

que la luna vela

mientras llega el día.

 

Duerme, duerme

mientras los luceros

juegan la ronda

de los caramelos.

 

Camila ya duerme,

Camila suspira,

Camila que sueña

corriendo en la vida.

 

Duerme, duerme

Camila mía

porque el sol se ha ido

a pasear a la China.

 

Mece tus sueños al viento

            A Sebastián en la ternura de Isahamdra

 

Mece tus sueños al viento

gira tu cara a la luna

duerme mientras te cuento

cuanto te amo dulzura

 

Sueña que sueña querube

mira la noche infinita

ya las golondrinas duermen

y los pájaros dormitan

duermevela con cantares

en cielos de malaquita.

 

La brisa teje en sus redes

collares de perla marina

gotas de nácar y noche

arco iris que camina

sobre el tejado de casa

desde las sierras andinas.

 

Navega tus sueños azules

capitán de mis mares

que tu banco de espuma

de alelí y azahares

recale en mi pecho

entre grandes oleajes.

 

Mece tus sueños al viento

sueña que sueña querube

que te voy a contar el cuento

de las ranas y las nubes.

 

Ronda

 

Esta es la ronda

del sol y la luna

el que la baile conmigo

recibirá una fortuna.

 

Esta es la ronda

de los caramelos

bastones de azúcar

para osos meleros.

 

Esta es la ronda

de los luceritos

quien cante conmigo

se quedará chiquitico.

 

Cantemos, bailemos

esta ronda de estrellas

mientras la noche

de alegría destella.

 

Lorito real

 

¿A dónde vas

lorito real?

¿A quién quieres

saludar?

 

Hablachento

vociferas

que quieres jugar

con las estrellas.

 

Nube y brisa

para esconderse

mientras la luna

sale sin prisa.

 

Bosteza el sol

ya casi duerme

y tú, lorito

en traje verde

jugando al salto

y los reveses.

 

¿Quién?

 

¿Quién quiere buscar

la noche

los luceros

y la mar?

 

La noche se ha escondido

para que el sol salga a vagar

por los caminos del cielo

corre, salta, brinca y más.

 

Los luceros la acompañan

mientras duermen en un lugar

que la luna le ha prestado

en el fondo de la mar.

 

¿Y la mar, y la mar

dónde estará?

 

Nana marina

 

Una nana

para la niña

que está en la ventana

mirando la mar

desde la mañana.

 

Una canción

con olas marinas

arena de playa

sirenas y espigas

para mi niña.

 

Duerme, duerme

que llega la noche

y baja la luna

vestida de nácar

hasta tu cuna.

 

Pesebre

 

El pesebre bulle

pleno de alegría

ha nacido el niño

el hijo de María.

 

San José levanta

los brazos al cielo

contempla la luna

al nuevo lucero.

 

María y José

dormitan al niño

querubín alado

por fin ha nacido.

 

Pesebre sin cuna

sin sedas ni flores

gallitos que entonan

cantos de colores.

 

Pesebre de estrellas

con nubes de algodón

en la Nochebuena

para el niño Dios.

 

Canción de cuna

 

A dormir mi niño

que vienen del cielo

cinco angelitos

y un casto lucero.

 

Noche de fragancias

olor de azahares

naranja agridulce

con tiernos lunares.

 

Duerme mi querube

mece ya tus sueños

entre las estrellas

del inmenso cielo.

 

Duerme ya mi niño

que vienen del mar

nereidas, sirenas

a tu cuna a cantar.

 

Gallinita ciega

 

Un bastón

para la gallina

que ciega está

en la cocina.

 

Gallinita ciega

torpe al andar

camine despacio

te vas a golpear.

 

Se burlan los pollos

los gallos y patos

porque has perdido

hasta los zapatos.

 

Dando traspiés

venda en los ojos

la gallinita ciega

no sabe de enojos.

 

Juega que juega

con sus polluelos

gallinita negra

sin sus espejuelos.

 

Paloma y paz

 

Blanca paloma

vuelo audaz

cruzas la historia

buscas la paz.

 

Blanca paloma

verde encendido

en su piquito

lejos del nido.

 

Laurel y victoria

paz duradera

planeta en ciernes

paloma mensajera.

 

Guerras lejanas

bullicio, alegría

para que los niños

celebren la vida.

 

Blanca paloma

paz para el mundo

duermevela en silencio

sueño profundo.

 

Espantapájaros

 

A quién vas a asustar

viejo monigote

con tus brazos extendidos

y tu extrañísimo bigote.

 

Con el viento que te rae

tu camisa y overol

tu sombrero de pajilla

y el paraguas tornasol.

 

Con tu bufanda desteñida

y remiendos en tu traje

viras al compás del viento

tu calamitoso ropaje.

 

Pobre espantapájaros

aguantando sol y lluvia

y las aves entretenidas

en una eterna tertulia.

 

La hipopótamo

 

La hipopótamo

se ha caído

en la bañera

con todo y vestido

sacó el agua

con mucho ruido

inundó la casa

y formó un lío.

 

Si no se ahoga

es porque allá en el río

chapucea el agua

en sus amoríos

parece un barril

o un navío

flotando alegre

y con mucho brío.

 

Los juegos de Simón

 

Soldaditos de plomo

caballitos de madera

para Simón José Antonio

que en el patio juega.

 

Bandolerito del monte

Capitán de las milicias

pon tu caballito a trote

que mil batallas inician.

 

Soldaditos azuliblanco

llamados formación

los guía la mano firme

de Bolívar, Libertador.

 

Gajito de viento

 

Tomo en mis manos

Un gajito de viento

Tres granitos de arena

Y un poco de silencio.

 

Con el viento haré remolinos

Que desparramen las estrellas

En el cajón de la noche

Con su titilar de doncellas.

 

Con los granitos de arena

Construiré un palacio nuevo

Para que la luna duerma

En su cama de ciruelo.

 

Y con el poco silencio

Remendaré la algarabía

Que deja el canto del gallo

Al correr las cortinas del día.

 



lunes, 13 de septiembre de 2021

La rana vanidosa

 




Lucía se miraba todas las mañanas en la laguna y se decía: ¡Qué hermosa soy! Para ella no había otro ser tan bonito en la llanura. Le costaba apartarse, dejar de admirar su imagen. Las amigas se reunían para jugar sobre los lirios acuáticos, pero ella las ignoraba. Prefería pasar las horas detallando su belleza. En las noches, sin suficiente luz, era imposible hacerlo. Como era muy joven, no conocía la luna llena. Por eso, cuando el resplandor sobre la superficie del agua llamó su atención, no pudo evitar sentir envidia por aquel rostro redondo y refulgente.

 El mundo de la ranita lo formaban la laguna, las plantas, los patos y los enjambres de deliciosos insectos. Todos la querían por su amabilidad. Se la pasaba nadando con sus amigas o saltando por las extensas planicies. Así ejercitaba las ancas. Se convirtió en la cantora más afinada del orfeón anfibio. Los habitantes del llano se dejaban arrullar por sus armoniosos croas. Un día, se vio en el espejo de la laguna y conoció la vanidad.

Por esas travesuras que suele hacer la naturaleza, Lucía era diferente a las demás. En vez de grandes y saltones, los ojos eran rasgados, con largas pestañas. Aunque seguía siendo calva, como todas las de su especie, la piel era tan sedosa y atornasolada, que parecía un arco iris saltón. Lo que más impresionaba era su porte de princesa. Ahora, sus amigas se le antojaban gordas y ordinarias. Presumida, como ninguna, no pasó mucho tiempo para que la dejaran sola.


—¡No son más que unas envidiosas! —les gritaba, creyendo que su reflejo en el agua era suficiente para ser feliz.

Esa felicidad no le duró mucho. La noche en que la imagen de la luna se posó sobre el manto de agua, la rana levantó la mirada hacia el cielo. La dueña de esa imagen era como una nave luminosa que se desplazaba, muy lento, entre las nubes; una reina gigantesca que aparecía para opacar su belleza. Deseó, con todas las fuerzas de su pequeño corazón, brillar tanto o más que la luna. No tenía idea de cómo hacerlo. De pronto, se fijó en una estrella.

Con ella, en mi cabeza, podría tener mi propio resplandor, se dijo, apartando los lamentos. Atrapada por esa idea, al rumor nocturno le tocó cantar sin el acompañamiento de sus croas. 

En la mañana no se asomó al agua. Un pato desvelado, que no había podido dormir escuchando el monólogo de la rana sobre cómo obtener una estrella, le comentó:

—Más allá de aquella loma vive la iguana, mi amiga. Ven conmigo, tal vez pueda ayudarte.


La ranita saltando y el pato volando, llegaron a un corral. El cacareo era espantoso.

—¿A dónde me has traído, pato loco? —preguntó, algo asustada.

—No preocupes, es mi amiga que juega con las gallinas —le respondió el pato.

El gallo le hizo señas a la iguana, que abandonó el corral para atender a su amigo. Ella vivía entre las ramas de un frondoso árbol. Cuando el pato le comentó el deseo de la ranita, dijo:

—En la copa del árbol el cielo está más cerca.

Llegó la noche. Lucía, acompañada de la iguana, subió hasta lo más alto. Sin embargo, la estrella aún estaba muy lejos.




—¡Nunca podré alcanzarla! —exclamó, mientras se le humedecían las largas pestañas.

—Yo sé quien puede ayudarte —dijo la iguana—, pero, a veces, tarda mucho en aparecer…

 De pronto, vio una sombra blanca que se acercaba:

—¡Estás de suerte, ranita!

—¿Qué es eso que vuela?

—Es Pegaso, el caballo con alas. Si se lo pedimos, seguro que te ayudará… Ah, pero viene acompañado del Hada de la Alborada. Veremos si puede hacerlo.




Pegaso les dijo que pronto terminaría la noche y que debía acompañar al Hada en su recorrido por el mundo. El Hada dijo que había tiempo suficiente para dejarla en la montaña más alta.

Lucía se despidió de la iguana con un hermoso croa. El fabuloso caballo extendió sus alas de cisne y, en compañía del Hada y de la rana, emprendió el camino. Atravesaron los campos, entre las brisas de los llanos nocturnos. La luna los observaba, mientras Lucía soñaba con la estrella sobre su cabeza. En el pico de la montaña, se despidieron.

—Suerte —le deseó el Hada.

—Espero que puedas alcanzar tu sueño —dijo Pegaso, mientras se alejaba.




Lucía miró el horizonte y supo que las estrellas se retirarían a descansar muy pronto. Así que debía actuar rápido. Estiró sus patitas delanteras y las estrellas aún estaban lejos. Comenzó a saltar, como nunca. Por muy largos que fueran sus saltos, no se acercaba, ni a las nubes.

Estaba tan triste, que al viento le dio pena y corrió a contárselo a los espíritus de la montaña, aún dormidos. Sólo uno abrió los ojos, el más pícaro de todos.   

—¿Qué te pasa, ranita? —preguntó.

—Desde que apareció la luna en la laguna donde vivo, no he deseado más que una estrella.

—¿Para qué?

—Para brillar tanto o más que la luna llena.

—¿Por qué?

—Porque ella no puede ser más hermosa que yo.

—Tú eres muy linda.

—La luna lo es mucho más.

¡Qué envidiosa es esta rana! —pensó el espíritu— Le voy a hacer una broma para que no sea tan vanidosa.   

—Está bien, entre todas las estrellas, ¿cuál es la que más te gusta?

—Aquella, la que centellea más.

—Si me pidieras consejo, yo te diría que eligieras a Apus, esa que parece un ave del paraíso resplandeciente, o a Corona Austral, que es tan adecuada a una princesa como tú, o a…

Lucía, caprichosa y testaruda, no lo dejó terminar:

—¡Te dije que quiero aquella! ¿No ves que es la mejor? Deseo que la luna palidezca frente a mí.


El espíritu sonrió con sus labios traslúcidos.

—Está bien, te otorgo el poder para volar.

La rana dio un salto y una fuerte corriente de aire la impulsó hacia el espacio sideral. Iba feliz. No sabía, porque el espíritu no quiso decírselo, que su deseo era por el reflejo de una estrella que había desaparecido hace muchísimos años.

 

Olga Cortez Barbera

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