viernes, 27 de agosto de 2021

El viento trae caramelos en los bolsillos

 


I

 

Ven, lunita, a mi rescate,

a abrigarme de sueños;

bajo luceros serenos

me comeré un chocolate.

 

Luna de astros brillantes,

luna de rondas gatunas,

luna de las lagunas,

luna, mi amiga distante.

 

Controla esta emoción

que llega por primera vez,

que pone el mundo al revés

y me llena de ilusión.

 

Siento un extraño abejón

que vuela en mi barriga,

o una fila de hormigas

de seda y de algodón.

 

Como hojitas de lirios

que suben, suben y suben,

tan alto como las nubes,

y bajan con mis suspiros.


Ayer regaba las plantas

mi madre, en el jardín;

le oí a mi abuela decir:

¡mira a mi nieta, qué alta!

                                   

Me envían a otro colegio,

queda muy lejos de casa,

me llevaré a Tomasa,

la muñeca que más quiero.

 

En el espejo me miro,

me miro y me vuelvo a mirar;

¿por qué, si tanto he crecido,

todavía quiero jugar?

                                    .

II

Cruzan el cielo

periquitos de invierno,

copos de nieve.

 

Sola y tan lejos de casa,

cosquillas en la barriga,

quizás, mis nuevas amigas

sienten lo mismo en sus panzas;

la duda que nos abraza

en este lejano colegio,

¿la romperá el sortilegio

de las graciosas sonrisas?;

sospecho que, a toda prisa,

acabará el silencio.

 

III

 

El tiempo se viste de nácar

y flores de tiza;

de los cuartos salen las niñas,

muertas de risa.

.

Las Monjas, largas y serias,

pasan revista;

no quieren que alguna se esconda

y se pase de lista.

 

Las niñas llevan bufandas,

largos ciempiés;

tendrán que aprender a rezar

y a hablar en inglés.

 

Los cirios alumbran la Misa

con lento vaivén,

un ciervo brama y parece

que dice Amén.

 


IV


A la dama de las nieves

se le han perdido los pinceles,

ahora no puede pintar

de colores los claveles;

el sol se va asomando

de poquito a poquito,

la dama no siente los trinos

de los inquietos pajaritos;

con tanto frío los pobres

tuvieron que emigrar,

la dama no baila, no ríe,

sólo se pone a llorar.

 

V

 

La soledad según parece crece

por esta lluvia que cae del cielo hielo,

el ulular de un mochuelo lelo

llega a la estrella que lo adormece mece.


La luna oculta que reaparece cuece

en bol de plata los caramelos melos,

el viento sopla y en su revuelo huelo,

bajo la almohada sólo aparecen nueces.

 

La noche es muda y yo presiento siento

olor a postres en los recuerdos vuelan

entre las copas de los abetos quietos.

 

Un duende llega algo discreto lento

para cantarme como una nana nanas

y yo me duermo en el momento presto.

                       

VI

                       

 Entra 

el viento

por la

ventana.

                       

Fría

y blanca

es la

mañana.

 

Juegan

conmigo

los rizos

del viento,

                                   

son

serpentinas

en mis

cabellos.

 

¿Qué trae

el viento,

en los

bolsillos?

 

¿Pasteles

rellenos

de dulce

membrillo?

 

¿Mil

mariposas

de coco

y canela?

 

¡Los

caramelos

que hace

mi abuela!

 

VII

 

Primavera encantadora,

¿a dónde te fuiste a acampar,

vas en un ágil velero

a través de las olas del mar?

 

¿Te dijo una golondrina

que lejos debes cambiar,

por girasoles pomposos,

los juncos de algún matorral?                             

 

Con tu canasto de flores,

bella y alegre gitana,

¿bailas entre los jardines

debajo de las ventanas?

 

Cuando despierte el sol

travieso de las mañanas,

ordena a mi mascota

que deje quieta las matas.

 

 VIII

 

Porfiada y juguetona

me espera la orejona,

¿vino de algún cometa,

de alguna estrella saltó?

Apareció en el jardín,

cubierta de polvo y hollín,

un par de ojazos de miel,

miraditas de “yo no fui”;

enana y regordeta,

con patas de flores abiertas,

entró por el ancho portón,

sin advertir que era un ciclón,

y aunque rompió los zapatos

y se peleó con el gato,

sin intención calculada,

mi corazón se robó.

 

IX

 

Por los pasillos sagrados

viene una Monja,

con un rosario en la mano,

un rezo en la boca.

 

La boca se torna sonrisas

al ver a las niñas,

las aves, la poesía,

con sus boinas.

 

En la fontana del patio

gruesa y redonda,

como abrigados canarios

hacen la ronda.

 

Entre las manos tomadas,

cual nidos pequeños,

van hilando las hadas

el haz de los sueños

 

X

 

Jirafas de colores,

vamos al patio a pintar,

hagamos que el cielo se vista

de púrpura y de coral.

El día es claro y amable,

el sol nos da en la nariz;

entre jirones de viento,

vuela una perdiz;

más allá de la nieve,

donde el bosque comienza,

alegres van las ardillas

por sus bellotas y fresas;

a los carámbanos pinten,

del abedul y el nogal,

iluminen el arco iris

que brota de la amistad;

esa nube viajera

que sólo quiere escapar,

lleva el paso sereno

de una tortuga tenaz;

¡Miren qué bello el Colegio!

¿Habrá alguno mejor?

Dibújenle el sol de mi Escuela

y sus maceteros en flor.

 

XI

                                   

Es tan bonita mi Escuela

que al río hace cantar,

parece una farola

al lado del chaparral.

 

Los nardos sueltan la estela

que se cuela por el ventanal,

las cotorras alegran las aulas

en el esplendor matinal.

 

En los recreos, los niños

quieren subir al samán,

en las ramas comienzan

los cristofués a cantar.

 

En la mirada atrevida

de la vaca, al atardecer,

fulguran las margaritas

que ella se quiere comer.

 

En esa Escuela bonita,

vuelan las mariposas,

las aves y las florecillas

del coro de letras preciosas.

 

Con ellas se aprende a leer

y, al paso de la lectura,

se empieza a soñar y a correr

por el mundo de las aventuras.

 

¡Qué lindos son los recuerdos

de mi Escuela bonita!

 

XII

                                   

El muñeco de nieve

no corre ni sale a pasear,

sólo se queda tranquilo

viendo a las niñas saltar.


Oye, muñeco de escarcha,

quítate la zanahoria

y adórnate la nariz

con una ciruela jugosa.

 

Cambia tu gorro de lana,

por un sombrero llanero;

en vez de una bufanda,

un poncho lleno de flecos.

 

Por ahí anda Santa Claus,

hablando con Papá Noel;

soñando con invitar

al Niño que nació en Belén.

 

El Niño no puede aceptar,

es mejor que lo sepa usted,

porque se puede enfermar

si se le congelan los pies.

 

Solecito de la mañana

¿desea el muñeco jugar

con castillos de arena

y con las olas del mar?

                                   

XIII

 

Los cangrejos, las caracolas,

en los laberintos de piedra;

en el cielo, una gaviota,

en la playa ríe mi abuela.

 

Los parapentes y los veleros

bajo el cielo van a jugar;

mi abuela ofrece buñuelos

y pasteles de ananás.

 

—Ven conmigo, abuelita,

juguemos con las olas del mar.

Responde, a media sonrisa:

—Ahora no quiero nadar.

 

Si abuela es tan valiente

cuando cruza el morichal

entre animales silvestres,

¿por qué le asusta el mar?

 

Deja atrás sus pasteles,

al cuidado de mi mamá,

a un poco más de la orilla,

se va conmigo a nadar.

 

¡Cómo extraño a mi abuela

y los besos de mi mamá!

 

XIV

 

Mediodía de sol y arena,

la brisa que sabe a sal,

las manos de mi abuela,

la sonrisa de mi mamá;

los pelícanos picotean

las burbujas de sol en el mar,

mamá busca en el cielo

la mirada café de Papá.

 

XV

 

El fantasma testarudo

que oigo bajo la cama,

pretende robarme la calma,

tal vez, matarme del susto;

yo creo que no es muy astuto;

si deseo, lo puedo espantar,

¿y saben qué puede pasar?

que se espeluque el fantasma,

que pierda toda su fama

y no quiera volver a asustar.


XVI

 

En los salones de clases

qué largo se hace el día;

eso no es raro que pase;

con la mañana tan fría

y nadie entiende una frase.

 

Colette se expresa en francés,

Kumiko, en mandarín,

Anabela, en portugués

y Malika, en somalí…

¿Cuándo lo harán en inglés?

 

Muy poco de eso interesa

cuando llega la diversión,                        

en los patios o en las mesas,

parece que la confusión

no es ninguna sorpresa.

 

XVII

 

—¡Qué dulce tan delicioso! ¿Puedes decirme qué es?

—Alfajores argentinos, hechos en Santa Fe.

—¿Y esta mezcla de semillas, bañadas en azúcar y miel?

—Pepitorias o palanquetas, de mi querido México es.

—Esto que les ofrezco, conservas de coco y piña,

las hizo mi abuela por mí, su más consentida niña.

Amigas, me gustan sus postres, tanto como su hablar,

con ese acento tan grato, que se parece a un cantar.

—Piba ¿vos qué decís? ¿Acaso, no te escuchás?

Si aquí todas lo decimos, ¡sos vos la que cantás!  

 

XVIII

                                   

Ojos claros o negritos,

diferentes tonos de piel,

nata, chocolate o miel

y lenguajes tan distintos;

sin embargo, es tan bonito,

que, en esta mescolanza

y todas lejos de casa,

cuando despierta la noche

se inicie el mismo derroche

de sueños y esperanzas.

 

Entre risas y almohadazos,

al derecho y al revés,

se irá alejando mi niñez

entretejiendo mil lazos

entre mañanas de raso

y arcos iris de cristales;

le diré al sol que sale,

cantaré al cielo celeste:

todas somos diferentes,

diferentes, pero iguales.

                                   

XIX                 

 

La dama de las nieves

baila tan feliz,

volverá pronto a su torre

de jade y de marfil;

sí con su barca de nubes,

ella pasara por mi jardín,

escucharía los domingos

a las campanas reír

                       

La brisa que trae el verano

sus mejillas las besaría,

las bullosas guacamayas

le harían compañía,

en el agua clara del río

la dama se bañaría,

mientras los pájaros entonan

una bella sinfonía.

 

XX

Danzan las hadas

en el bosque esmeralda,

las mariposas.

 

Jirafas de colores

vamos al parque a pintar;

el cielo se viste de fiesta

con un claro azul de ultramar;

por las veredas gravita

el dulce aroma de pinos,

los azulejos alegran

con sus pizquitas de trinos;

buscando semillas y bayas

va un mapache lanudo;

¡cómo sonríe el día,

bello y claro es el mundo!

¿Qué colores tendrá

el carrusel del mañana?

Mejor sigo pintando

y me como una manzana.                       

Cuando el laurel de montaña

comience a florecer,

me esperarán en mi casa

con un delicioso pastel.

 

XXI

 

Relojes de pared,

relojes de arena,

déjenme saber, al menos,

en esta noche serena,

qué me tienen las hadas

al final de la vereda.

 

Luna de mantecado,

escúchame otra vez,

tú qué sabes mis secretos

y me puedes entender,

sí lo sabes ahora,

dime lo que mañana seré.

 

Los pasos del tiempo irán

audaces, suaves o lentos…,

entre tanto, no faltarán

los caramelos que trae el viento,

las caricias de mi mamá

y de abuelita sus besos.

 


Olga Cortez Barbera

                                     

 



 

                                   

domingo, 22 de agosto de 2021

Hoy se casa la iguana

 


Turpial de pecho dorado

canta en la clara mañana

porque se casa la iguana

con el lagarto Reinaldo;

las ranas están juntando

montones de florecillas

para adornar la capilla

con ramas de oro y carey,

debajo del araguaney

rondas harán las ardillas.

 

Formará el viento silbón,

por la iguana Isabelita,

una parranda bonita

con juncos de la estación;

la misa y la bendición

dará el oso hormiguero,

los monos pandereteros

alegrarán esta fiesta,

la tortuga, que es lenta,

sólo bailará boleros.

 

Y cuando salga la luna,

en una nube escondida,

verá la pareja tendida

a orillas de la laguna,

la fiesta, como ninguna,

allá se ha celebrado,

contentos y achispados,

los familiares y amigos,

sobándose los ombligos,

irán la mar de encantados.

 

Olga Cortez Barbera

 

 Imagen: Deposiphotos 

Imagen libre de derechos


jueves, 19 de agosto de 2021

Peligroso


Mamá no me deja salir de casa solo. Y a mí me encanta la aventura. Si pudiera, me enfrentaba a lo desconocido. Exploraría las selvas misteriosas, escalaba los árboles más altos y atravesaría las profundas aguas del mar. Visitaría todos los lugares fantásticos que mi abuela dice que existen, pero, debo tener cuidado. Ayer salí en secreto y como me advirtió mamá, me enfrenté al ser más horripilante y peligroso del mundo.

Soy el más chico de la familia, por eso me cuidan tanto. Es un fastidio porque, mientras mis hermanos corren como chiflados y juegan al escondido en el patio, debo quedarme tranquilito, paseando de una habitación a otra, hasta que Abuela se desocupa y me cuenta historias. Mi imaginación estalla como luces de bengala. 

Cuando mis hermanos duermen, felices y agotados, me pongo a ver el cielo. Está muy lejos. Me pregunto que habrá al otro lado, si las nubes son de relleno de cojín, o las estrellas luciérnagas espaciales. Abuela comenta que la luna es un jardín de conejos. Para Papá no es más que una gigantesca torta de queso.

—No le llenen la cabeza de ideas locas—protesta Mamá—. Un día de estos querrá viajar a la luna para averiguar.

A mí me parece una idea fabulosa.

Adoro a Juan. Él me entiende y me rescata, a veces, del cautiverio. Espera a que nadie lo vea y… ¡zuam!, me carga y salimos al jardín. ¡Qué lindo es! La grama es olorosa. Y hay pájaros alegres y frutas picoteadas. Una vez me llevó al parque y comprobé que era tan espectacular como decía Abuela. Fue un ratito, el ratito más emocionante de mi vida. Cuando regresamos, Juan dijo:

—Otro día lo hacemos de nuevo.

Nadie se dio cuenta de nuestra fuga, y yo me puse a pensar en lo que había visto: niños jugando, flores abiertas y árboles susurrando. No había nada de peligroso. Al contrario, todo era tan perfecto que mi corazón vibraba porque quería quedarme allí el resto de la existencia.

Ayer desperté temprano, cuando sentí el sol en la cara. Me paré y escuché con atención. No se oía nada, sólo la respiración del sueño. Yo quería ir al parque. Fui al cuarto de Juan y vi que estaba rendido. Tal vez, no iba a la escuela y descansaría como un oso, quién sabe hasta cuándo. No podía contar con él. Llegué a la sala y… ¡Sorpresa!, la puerta estaba abierta.

Salí y me encegueció la luz de la mañana. Pasó rápido. Miré a todos lados, y no había rastros de monstruos ni de fieras. ¡Que se aparecieran y ya verían con quién se enfrentaban! Todo estaba en paz.

Bajé los escalones, contento por la fantástica aventura que me esperaba. Olía a monte y a limón verde. De pronto sentí que las matas se estremecían. Recordé lo que había dicho mamá y me asusté. Como no pasaba nada, pensé: “son ideas mías”. No, cuando casi llegaba a la calle lo vi, agazapado entre los arbustos, con la intención de acabar conmigo.

Era horrible, el ser más maligno que había visto en mi vida, corpulento y  peludo. Sus ojos parecían dos antorchas que podían achicharrar de un vistazo. Me observaba como si fuera su más grande enemigo. Yo quería regresar, pero la entrada de la casa ya estaba lejos. Además, quedé petrificado. 

Una guacamaya huyó espantada cuando lo vio. Soltó algunas plumas del susto. El monstruo no esperó más y saltó. Me amenazaba con sus enormes garras. Gruñía como un loco y soltaba un vapor espeso. El aliento era una mezcla de pescado podrido y leche agria. ¡Wuac, olía muy mal! Entonces, no tuve duda: era un enviado del infierno.

Salí de la parálisis y escapé. Yo corría y él detrás. Entré y salté sobre los muebles. Él también. Subí a la mesa y,en un segundo, estaba a mi lado. Subí por la biblioteca, como una araña. Me veía burlonamente desde el suelo. Ya creía que estaba a salvo cuando saltó como una rana. Era la bestia o el abismo. No lo dudé. Caí sobre el revistero. El monstruo hizo lo mismo y se llevó un adorno de cristal por el medio. Arrinconado y sin saber qué hacer, sentí que era el fin.

Juan escuchó el ruido. Imaginó que era un bandolero y vino con su bate de béisbol para defenderse. Caminaba lento, observando el desastre de vidrios rotos. Yo, mientras tanto, veía llegar el zarpazo brutal que terminaría con mis deseos de aventuras, o lo que era peor, con mi corta vida. Entonces, sucedió un milagro, Juan nos vio y gritó:

—¡¿Qué haces Micifuz?! 

La bestia recogió su garra y respondió:

—¡Miau!

Indiferente y con el paso pausado de los felinos, se fue a la cocina. Nosotros hicimos lo mismo. Juan agarró una manzana y a mí me dio un trozo de queso. Olía exquisito. Salté del bolsillo de su camisa para comérmelo.

Olga Cortez Barbera

Imagen: PNGWing