miércoles, 20 de octubre de 2021

La casa de Tía Moma


 

Sí, la casa de tía Moma es maravillosa, pero, al oscurecer, cuando los habitantes del pueblo duermen, se sumerge en un abismo de tinieblas. Entonces, la hiedra trepa por las paredes, las arañas abandonan los escondites y los murciélagos salen de las sombras.

Durante el día la casa es encantadora. Cuando los hilos de sol se mezclan con los jirones de la madrugada y el cielo se pinta de rosado, resplandece como una estrella de colores. Sobre las tejas, las palomas picotean entre gorjeos. Por las ventanas abiertas, las cortinas parecen girasoles que juegan con el viento.

Deliciosos aromas escapan a la calle y despiertan el apetito de los niños que van a la escuela. Dicen que, si alguien pasa un dedo sobre las paredes y lo lame, siente los sabores del caramelo, la vainilla y el chocolate. Más, cuando llega la noche, todo cambia.

No existe una persona en el pueblo que pueda decir quién la construyó, ni cómo ni cuándo. De repente, un día estaba allí, hermosa y acogedora. Tía Moma llegó después. Una mañana, los vecinos la encontraron quitando las hojas secas del jardín. Para los pobladores fue como si ella viviera allí desde siempre. 

Las flores, los pájaros y los ricos aromas de la cocina comenzaron a atraer a los niños. A la gente le parecía normal que ellos, después de clases, visitaran a la dulce Tía. Se hizo costumbre que las risas infantiles recorrieran los patios y las habitaciones y que escaparan, como canarios, por las ventanas. Los enjambres de mariposas aumentaban la belleza del jardín.

El rumor llegaba a todos partes: Tía Moma poseía un sinfín de juguetes, pelotas de jugadores famosos y computadoras. Sí, aunque ella fuera una señora muy viejita. Los niños podían pasar el tiempo que quisieran navegando por Internet. Allí nada era imposible.

De pronto, comenzó a pasar algo inexplicable. Aunque el sol alumbraba como de costumbre, todo palidecía como si se cubriera de una sombra fantasmal. Los niños, sin ninguna razón, entristecían.

Los padres y los maestros comenzaron a observarlos. Así se dieron cuenta de que, cuanto más tiempo pasaban con Moma, más grande era la tristeza y más hermosa la casa. Tía Moma era una anciana cariñosa; sin embargo, había que investigar. 

En las afueras del pueblo moraba un sabio que conocía las historias de todas las casas: desde las cuevas de los cavernícolas hasta las altas edificaciones de las ciudades. La gente no dudó en acudir a él. El hombre sabio les dijo:

—Creo que es el momento de sacudirles la memoria.

Hubo un tiempo en que esa casa fue feliz. Disfrutaba de las risas de los niños, el trino de las aves y las fragancias del jardín. Se creía ajena a la soledad. Un día, sus habitantes se fueron; ella los esperó mucho tiempo.  

Cuando el jardín dejó de florecer y los pájaros se alejaron, se hundió en la melancolía. Sin poderlo evitar, puertas y ventanas se rindieron al abandono. El matorral cubrió la fachada. No era raro que la gente hiciera comentarios: “¡Qué fea se ha puesto!”, “¡Es una vergüenza para la urbanización!”, “¡Deberían derrumbarla!”

Los niños comenzaron a decir que, desde el jardín, veían ojos diabólicos a través de los cristales rotos. Tal vez, la casa estaba invadida, además de ratones, por brujas y hechiceros. Si un gato en acecho hacía crujir la hierba seca, todos escapan dando enormes alaridos:

—¡Ahhhhhhhhh, corran que nos atrapan!

La casa, antes tan bonita, apartó la melancolía para transformarse en una cáscara maléfica.

Cuando el sabio dejó de hablar, todos se miraban, asustados. Entonces, ¿cómo era que la casa lucía tan hermosa? Sólo era posible si se encontraba bajo la influencia de un hechizo. ¿Los niños sufrían algún malvado encantamiento?

—¡Vamos allá! —gritaron todos—. ¡Debemos acabar con la anciana siniestra!

Tía Moma ya no era gentil ni bondadosa.

—¡Esperen! —gritó el sabio—, debo decirles cómo enfrentarla.

Nadie lo escuchó.

Con el estruendo de voces, Tía Moma se asomó a la ventana. No mostró sorpresa. Los hizo pasar, sonriendo, más encantadora que nunca. Hombres y mujeres se maravillaron frente a las cosas que veían.

La casa les ofrecía aquellos juguetes que, en su infancia, los hicieron tan felices. En un instante, todos jugaban como niños. Entre tanto regocijo, la gente olvidó de nuevo. Tía Moma sonreía y la casa deslumbraba, como nunca. El aleteo de las mariposas pintó la tarde de colores.

Es media noche. La luna se abriga con las nubes invernales. Tía Moma juega con las mariposas en cautiverio. Cada vez son más. Qué importa que la casa esté espantosa. Será por unas horas, cuando todos duermen y no la ven, cuando todos sueñan y no la visitan. En la mañana, apenas la luz estire los brazos, liberará a las delicadas cautivas. Cada una es un trocito de alegría del pueblo. La alegría embellece. La casa nunca más estará sola. Tía Moma es el alma de la casa. Ella está feliz.

Olga Cortez Barbera

Imagen: Public Domaine


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